El desarrollo de autonomía es uno de los objetivos prioritarios en la educación de un niño desde sus inicios. En el que pueden ser capaces de realizar tareas y actividades propias de su edad, por lo que son comportamientos de la vida cotidiana para que el niño se desarrolle de una forma adecuada.
Se debe tomar en cuenta cuáles son las capacidades y los límites en función de sus habilidades y necesidades, para exigir siempre las demandas acordes a ello, y así desarrollar la capacidad de toma de decisiones, iniciativa y tolerancia a la frustración. Por lo que a la vez va de la mano el desarrollo del seguimiento de instrucciones que se les dan.
Inicialmente se les enseña a reconocer instrucciones simples como: “siéntate bien”, “párate”, “guarda”, “mírame”, “dame”, etc. Es importante felicitarlo cuando la realice, para que comprenda que esa acción era la esperada y se motive a repetirla, dándole la oportunidad a lo realice de manera independiente en las situaciones oportunas.
¿Por cuáles actividades podemos empezar?
Es conveniente diseñar, organizar y planificar la intervención. Es necesario el uso de ayudas y el análisis de las tareas, como por ejemplo: las ayudas visuales por medio de imágenes realizando la acción y las ayudas verbales explicando paso por paso lo que se tiene que realizar.
En el aprendizaje de una nueva habilidad es necesario enseñar por aproximaciones, empezando a reforzar las aproximaciones dadas hasta llegar a la conducta final. Los ensayos en el que necesite ayuda, el esfuerzo será con menor intensidad que los que hace de manera independiente. Esos apoyos se retiran una vez que ya lo realiza de manera autónoma.
Castillo, S y Sanchez, M (2001). Habilidades sociales. Barcelona: Altamar SA.